Una cultura de integridad reconoce el rol social de la empresa y sitúa a la persona en el centro de las decisiones y acciones empresariales. Para desarrollarla, se requiere un compromiso fehaciente del gobierno corporativo, que debe trascender a toda la organización y generar conciencia de que, con cualquier decisión que se tome, es crucial sopesar el impacto que ésta tendrá en la institución, sus colaboradores, la comunidad y en el país.
Esto es más relevante y necesario en plena pandemia donde, frente a cada decisión, lo que se debe buscar no es solo el óptimo económico, sino también el óptimo ético. Y es que la cultura de integridad es, en definitiva, el conjunto de las conductas corporativas y los valores que subyacen tras dichas conductas.
En este sentido, las preguntas que se plantean en los directorios en el actual contexto son centrales: ¿Cómo priorizar entre la salud de las personas y la continuidad operacional del negocio? ¿Cómo decidir entre reducir condiciones laborales versus desvincular colaboradores? ¿Cómo escoger quiénes podrán realizar teletrabajo y quiénes deberán seguir haciendo turnos en la compañía? ¿Cuándo comenzar un progresivo retorno a una cierta normalidad y cómo llevar esto a cabo?
«La promoción del cambio desde la empresa, partiendo desde su cultura, solo sucederá si el gobierno corporativo mira, reconoce y establece directrices y lineamientos» – Fernanda Hurtado, Gerente General de Fundación Generación Empresarial
Estas preguntas deben considerar que las empresas operan dentro de la realidad nacional y que, después del hogar, son el principal espacio de formación de la vida en sociedad y de contención y seguridad de las personas que las componen. Las respuestas a estas preguntas, a su vez, debieran tener como base los valores y principios de la organización.
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En Generación Empresarial, consultamos a nuestra base de directores y gerentes generales de grandes empresas a qué tipo de dilemas se habían enfrentado estas semanas. Tras más de 120 respuestas, un 40% había tenido que decidir quiénes podrían realizar teletrabajo y quiénes deberían seguir haciendo turnos en las operaciones; un 27% entre reducir condiciones laborales versus desvincular colaboradores; un 26% entre la protección de la salud de las personas versus la continuidad operacional del negocio; un 9% entre privilegiar las condiciones ofrecidas a colaboradores, clientes o proveedores. Un 38% nos señaló que no había debido enfrentar dilemas éticos de estas características.
Cabe preguntarse, finalmente, ¿es la empresa del siglo XXI consciente de su rol de transformador y las maneras en que ese rol se aplica en el contexto del profundo cambio que estamos viviendo? ¿Es la empresa conductora de esos cambios o simple pasajera y testigo?
La promoción del cambio desde la empresa, partiendo desde su cultura, solo sucederá si el gobierno corporativo mira, reconoce y establece directrices y lineamientos. Así le está entregando una señal contundente a toda la organización y a su entorno, sobre la importancia que el asunto tiene. Así, con su ejemplo, es capaz de influir en otros y liderar ese necesario proceso de cambio.
Fernanda Hurtado
Gerente General, Fundación Generación Empresarial
Alumni IdDC